1. UN DÍA, DE PRONTO, TE DAS CUENTA
“Cuando venga a buscarme,
díganle:
se ha mudado.”
Oliverio Girondo
Un día, de pronto, te das cuenta
que el viento mueve las sillas de tu casa,
tintinea en los vasos,
deshace tu cama
y desliza un gemido de pájaro herido
en los trozos de cal hollados por las uñas,
en las cortinas y los armarios,
hace saltar el pan del tostador
y fragmenta los besos en la saliva
que dejas en el cristal cuando apuras tu copa.
No tienes tiempo para arreglar la ventana
o limpiar el polvo de los muebles,
y caducan en los almanaques los copos de nieve
mientras se escapan tu mujer y el deseo
en los inviernos del jardín,
dejándote sin voz que teja canciones de cuna.
Un día, de pronto, te das cuenta
que el viento muda su piel de reptil
en los peldaños de la escalera,
y no reconoces ni el eco de tus pasos,
se hacen los pasillos más estrechos,
extraños y húmedos,
y agrupas axiomas en el sordo lenguaje del silencio,
se te llena la soledad de soledades
cuando los minutos dejan sin memoria
tu reloj de pulsera,
y solo eres una sombra tras la luna del espejo
sin deseos de irse
sin ganas de quedarse.
Un día, de pronto,
cuando llegue la vida preguntando por ti,
encontrará que no hay mirillas en la puerta de tu casa
ni buzones con tu nombre,
y solo el viento,
ocupando tu sitio,
le dirá: “se ha mudado”.