El desierto posee cicatrices,
quiebras de ralea,
vestigios del crepúsculo,
la voz de la arena como una esfinge
grabada en los peñones,
todos los derrumbes y tristezas,
la presencia de espectros,
la saña de los días,
la ira del simún,
y la del agua.
La arena cubre la piel del desierto
con leyendas de diluvios y edenes,
allí donde muere el tiempo de sed
curvado por el peso de la ausencia.
Interminablemente añade sombras
al ancla que soporta el horizonte
sobre el velo fugaz del alba.
Las nubes son pústulas de polvo
en el espejo donde envejecen las víboras
sobre el terrible sosiego del silencio.
El desierto es un destello de luz
que deja estigmas de arenas en los huesos.
No hay mapas habitados por desiertos
ni brújulas que proyecten sus ruinas.
En ellos se nace, y se agoniza,
cubiertos por el sudario de nómada que persigue
los densos cerrazones de la existencia.
quiebras de ralea,
vestigios del crepúsculo,
la voz de la arena como una esfinge
grabada en los peñones,
todos los derrumbes y tristezas,
la presencia de espectros,
la saña de los días,
la ira del simún,
y la del agua.
La arena cubre la piel del desierto
con leyendas de diluvios y edenes,
allí donde muere el tiempo de sed
curvado por el peso de la ausencia.
Interminablemente añade sombras
al ancla que soporta el horizonte
sobre el velo fugaz del alba.
Las nubes son pústulas de polvo
en el espejo donde envejecen las víboras
sobre el terrible sosiego del silencio.
El desierto es un destello de luz
que deja estigmas de arenas en los huesos.
No hay mapas habitados por desiertos
ni brújulas que proyecten sus ruinas.
En ellos se nace, y se agoniza,
cubiertos por el sudario de nómada que persigue
los densos cerrazones de la existencia.